La noche ya es cerrada y los pasos del incrédulo se dirigen a la nave abandonada de la carretera vieja. Indeciso, pasa tras sus rejas y el ruido ensordecedor del miedo, cierra de un portazo la puerta de frío hierro oxidado.
Ya no hay marcha atrás. Ya estás perdido
El aullido de las alimañas ciega tus sentidos y sólo te queda gastar tu suerte en falsos rezos que apacigüen tus temblores. Pero nadie te escucha y tu dios te abandona a la mala suerte que te toca correr.
Que poco dura la sensatez en la cabeza del joven que se siente valiente y no teme por la vida que le merma por segundos. Que poco dura la respiración en el pecho de quien gasta sus últimos segundos llorando de miedo y pidiendo piedad en el final.
Puedes decidir no entrar. Nada se te ha perdido entre esos muros descascarillados y mugrientos. Nadie te reta. No entres, sólo así estarás a salvo… sólo así mantendrás tu alma en ese cuerpo que ya, aunque no cruce el umbral de esa vieja nave, no será el mismo de antes.