La escritora María Jesús Ruiz asiste como invitada al Festival Internacional del Cuento de Los Silos un año después de haberlo descubierto como espectadora. Esta filóloga, profesora de Literatura en la Universidad de Cádiz, acaba de publicar Lo contrario al olvido, una recopilación de ensayos donde cuestiona la memoria y el patrimonio. Será la encargada de clausurar una edición del Festival especial por dos circunstancias totalmente distintas: 25 años de cuentos en plena crisis sanitaria por una pandemia. Asegura que lo vivirá con suma emoción.

El año pasado asistió por primera vez como público al Festival. ¿Qué sensación tuvo? ¿Se cumplieron las expectativas que tenía?

Rebosó todas mis expectativas. Soy filóloga, no soy pedagoga ni tengo nada que ver con la didáctica, así que mi encuentro con los cuentos a un nivel tan alto y profesional me pareció algo mágico y milagroso. No tengo palabras que no sean sobrenaturales para contar lo que allí ocurre. Han logrado inocular el veneno de la memoria, de la oralidad y de la comunicación en todo el pueblo, y eso es un trabajo de mucha tenacidad. Es un evento necesario y cosas así deberían ser más frecuentes, pero es muy difícil que lo que ocurre esos días en Los Silos suceda en otros lugares.

¿Que esté dirigido por profesores universitarios y filólogos da un valor especial a un evento cultural como este?

Claro. El gran milagro de Los Silos es la comunicación entre disciplinas y colectivos distintos, que normalmente no están comunicados. Los profesores universitarios suelen vivir aislados de la sociedad y produciendo “basura curricular”, que no contribuye a la transmisión del conocimiento. Pero en Los Silos ese trabajo está orientado al progreso y al servicio a la sociedad.

Usted ha desarrollado una importante labor investigadora en la tradición oral, de donde se nutre el cuento. Aunque suene a tópico, ¿estamos perdiendo una generación fundamental para que la oralidad y la tradición se trasmitan a los jóvenes?

En España se han perdido varias generaciones, no solamente ahora. Estamos impresionados por la potencia de las redes sociales, pero no son los peores enemigos de la tradición oral. La dictadura franquista, por ejemplo, lo primero que hizo fue un memoricidio: exterminar o manipular la memoria dependiendo de sus intereses, como hacen todos los sistemas totalitarios. Ha vivido muchos momentos críticos, como cuando surgió la imprenta, o en el siglo XVIII, en la Ilustración, cuando los intelectuales despreciaron la tradición oral. Ahora no tenemos suficiente perspectiva para valorarlo. Hay colegas que hablan de una readaptación de la tradición oral a los nuevos sistemas de comunicación. La tradición oral no es solamente ese tópico del cuento o de la poesía que vive en el mundo oral, es el principal sistema de comunicación de los seres humanos y ha existido siempre. Pero es evidente que estamos en un estado de destrucción de cosas que han durado ocho siglos y ese es el vértigo que nos da.

El gran milagro de Los Silos es la comunicación entre disciplinas y colectivos distintos

Es decir, que dentro de 60 o 70 años, quienes ahora son jóvenes tendrán facilidad para trasmitir la tradición oral, pero de otra forma.

Sí. Los cuentos y relatos son construcciones simbólicas, y el ser humano necesita los mismos símbolos que hace mil años. Los hilos esenciales de la comunicación literaria siguen existiendo y, si alguna vez nos lo cortan, el ser humano se extinguirá. Así de claro.

Los Silos está celebrando la 25ª edición del Festival Internacional del Cuento, que ha cuadrado dentro de una crisis sanitaria. Estamos, por tanto, ante una edición especial por dos motivos bien distintos. ¿Qué sensación le produce ser la encarga de clausurarla?

Muchísima emoción. Esta edición del Festival será enormemente emotiva, porque quienes participemos sentiremos la emoción de que la palabra puede sobrevivir a cualquier contingencia, a todo. Hace poco leí un artículo de Manuel Vicent en el que decía que puede que se destruya todo lo material o que esta pandemia desemboque en una guerra y que tengamos que empezar de cero, pero entonces habrá un Homero que empiece otra vez a cantar la cólera de Aquiles.

El Festival ha hecho un repaso en las últimas ediciones por los cuatro elementos y este año termina con la tierra. Su conferencia se titula Los niños en la tierra, su canción en el cielo. ¿Qué va a contar?

Voy a hacer una revisión muy somera por todas esas canciones y relatos que han permanecido durante siglos en la tradición oral infantil y que conectan la palabra de los niños con la tierra, la naturaleza y lo sobrenatural. La poesía oral adulta se ha deteriorado en los últimos años mucho más rápido que la infantil y muchos símbolos han encontrado refugio en ella. Todavía pervive mucho en un ámbito rural, donde hay una tradición poética oral que, vista de cerca, explica hasta qué punto la palabra conecta al ser humano con la naturaleza. Por ejemplo, cuando los niños juegan al “sol solito, caliéntame un poquito…”, los niños están practicando la magia al invocar al sol y que se mueva.

Lo contrario al olvido se refiere a las memorias: la histórica, la sentimental y, sobre todo, la cultural, que no son la misma cosa.

¿Vivimos en la sociedad lo políticamente correcto que puede repercutir a la creación literaria? ¿Se veta mucha terminología en la literatura infantil?

Hay afección en la trasmisión, pero no ha ocurrido solo en esta época…

Sí, pero en el franquismo se podía entender, pero en democracia es una paradoja.

Más que una paradoja, es algo imperdonable. Ernesto Rodríguez Abad lo comenta mucho. Venimos de una dictadura donde la creación fue muy censurada, muy tachada. Ahora, se supone que desde hace 40 años vivimos en un país de libertades, pero han venido unos ‘-ismos’ muy malentendidos a coartar otra vez. Yo lo padezco mucho con mis alumnos, que ya están educados en lo políticamente correcto. Se les ha infantilizado de manera incorrecta. Se cree que el niño debe crecer alejado del conflicto que atañe íntimamente a todos los seres humanos (la muerte, el amor, la violencia…), y eso a los niños les ha interesado siempre y necesitan de él para crecer en la frustración, la conciencia de que la vida se acaba… Sí hay una actitud muy ñoña, cobarde y perversa. Con el feminismo pasa lo mismo. Es una falta de conocimiento, un conocimiento muy frívolo y superficial de las cosas.

Acaba de publicar Lo contrario al olvido.

Es una colección de ensayos breves sobre memoria y patrimonio.

¿Qué evoca ese título?

Lo contrario al olvido se refiere a las memorias: la histórica, la sentimental y, sobre todo, la cultural, que no son la misma cosa. Intenta cuestionar, hacer una reflexión fundamentada sobre qué se debe y no se debe olvidar. Qué se debe conservar y qué no. Hay muchos vicios respecto a la memoria en estos momentos. El que hago pertenezca al patrimonio de un colectivo no significa que forzadamente sea un valor para el presente, por lo que intento cuestionar el valor, definir todas esas memorias y luego cuestionarlo. Hay una parte que me interesa mucho desde mi perspectiva docente, que es la relación del patrimonio con el turismo. El turismo cultural está avanzando y cada vez hay más personas que buscan un destino de conocimiento, pero no va a la par con la interpretación de ese patrimonio. A ratos, es un libro de viajes, una reflexión mía como filóloga, como antropóloga y como turista.